Paisajes grises. Hechos de hormigón y sombras. Algunas grietas también. Ni cielo ni suelo. Fotografías sin luz, sin horizonte, sin líneas de fuga. Ninguna referencia, ningún indicio. Nada que nos indique que estas fotografías han sido sacadas en pleno corazón de una capital europea, una de las más luminosas y vivas de hoy en día: Berlín.
Con su serie “2711”, Eduardo Nave quiso restituir fotográficamente la medida de uno de los lugares de memoria más impresionantes del mundo: el Denkmal für die ermordeten Juden Europas (Monumento a los judíos de Europa asesinados). 2711, como el número de estelas que integran este monumento inaugurado en un terreno de cerca de 2 hectáreas en mayo de 2005, después de más de doce años de debates en Alemania. Restituir su medida, es decir: darnos una intuición de la experiencia que conlleva. La experiencia de un malestar, de una opresión, de una desorientación. En una palabra: de un vértigo. Vértigo de sentirse perder el juicio en este espacio no obstante ordenado. Vértigo cuando se piensa en las cosas de las cuales el hombre fue capaz: el Holocausto.
Así, las fotografías de Eduardo Nave nos recuerdan donde ocurrió el Holocausto. No sólo donde se llevó a cabo: en los campos de concentración y de exterminio donde miles de millones de seres humanos fueron exterminados; espacios que en muchas ocasiones se convirtieron también en lugares de memoria, como Auschwitz-Birkenau. Pero también donde se diseñó, se pensó, se organizó: en los lugares de poder nazis, y en cerebros humanos. El monumento de Berlín se ubica a sólo unos metros del antiguo sitio de la Cancillería del Reich y del búnker de Hitler. En su lugar hoy: un parking. Así se entremezclan la memoria de los lugares y los lugares de memoria hasta saturar el espacio urbano; como estas estelas fotografiadas por Eduardo Nave saturan nuestro campo de visión hasta invadir nuestra alma.
Gérôme Truc