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Solovki es como se conoce comúnmente en Rusia a las islas del archipiélago Solovetsky, en mitad del Mar Blanco. En la zona más protegida de la isla principal, a orillas de un puerto natural, se encuentra el complejo ortodoxo Monasterio Solovetsky, Patrimonio de la Humanidad. Pero Solovki, además, fue una prisión soviética, y no una cualquiera. Según Aleksandr Solzhenitsyn, Solovki fue la madre del GULAG, el terrible sistema soviético penal de campos de trabajo. Activo desde 1924 hasta 1939, fue el campo que sirvió de modelo y base para todas las prisiones que vendrían después.

Hoy en día todo el mundo, habitantes, monjes, autoridades, tratan de enterrar este trágico pasado. Sin embargo los lugares tienen memoria, y esa memoria queda impresa en las vidas de las personas que los habitan. Está presente en sus vidas cotidianas, en sus casas, en sus costumbres, es imposible escapar de ella. El hecho de que Solovki sea una isla en mitad del Mar Blanco, llamado así por congelarse casi la mitad del año, acentúan en el inconsciente colectivo el recuerdo de la prisión. Tan solo un avión semanal, si las condiciones climatológicas lo permiten, conecta el pequeño archipiélago con el continente.

Juan Manuel Castro Prieto y Rafael Trapiello han querido explorar visualmente este territorio buscando la relación entre infierno y paraíso que lo define. Utilizando una estrategia narrativa más cercana a la poesía que al documental, en todas sus imágenes está presente la extraña tensión que existe entre la espiritualidad y belleza del entorno y el terrible pasado que soportan las islas sobre su espaldas.


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